Aprendizaje y Enseñanza de la Materia

Artículo de opinión:
La educación en el periodo de la Restauración

La época de la Restauración borbónica en España está marcada por la vuelta al sistema monárquico con Alfonso XII, prometiendo ser un momento de cierta solidez en las instituciones del Estado y su progresiva modernización a favor de un modelo liberal que, en definitiva, podría ser cuestionable. La diversidad de movimientos socioculturales y políticos tampoco era tal, y será en torno a 1900 cuando se atisbará algún síntoma de cambio en la sociedad española. Por ello, el período histórico señalado viene marcado por una cierta inestabilidad en lo que se refiere a la libertad de enseñanza, aunque previsiblemente debiera ser un momento de apoyo a una corriente de tipo más liberal gracias a los principios emanados de la Constitución de 1876 promulgada por Cánovas del Castillo. En efecto, a pesar de ser bastante conservadora y reconocer a la religión católica como la oficial del Estado, proclamaba la libertad de culto y de conciencia. Este factor favorecería múltiples interpretaciones, algunas auspiciadas por el contenido progresista de algunas partes del texto constitucional, tales como la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes o el sufragio universal. Sin embargo, el reconocimiento de los derechos y libertades ciudadanas fue algo que, en la práctica, tampoco surtió demasiado efecto, al igual que la libertad de culto y conciencia no logró ser del todo plena. Por otro lado, el “pucherazo” o sistema turnista impedía grandes y sólidos avances, dado que el bastón de mando se lo turnaban el progresista Sagasta y el consevador Cánovas, y esto afectó evidentemente a la educación. Un sistema educativo requiere de una mínima estabilidad y continuidad de planteamientos desligados de tendencias ideológicas demasiado rígidas o partidistas. Desde este punto de vista, el periodo de la Restauración pareció ser de todo menos estable. El fuerte peso del dogma católico y la poca intervención del Estado en la escuela primaria provocaron que los programas educativos fueran poco o nada críticos comparados con la amplia libertad vivida anteriormente en el Sexenio Democrático. Por otra parte, la educación secundaria se limitaba a tan sólo unos cincuenta centros en toda España destinados a una élite social, en el contexto de una sociedad desigual, dominada por un fuerte oligarquía burguesa agraria, industrial y financiera. La coyuntura política del Estado también favoreció una severa censura ante el miedo de agresiones a la monarquía o a la Iglesia, una represión que se entiende en un momento en la que había consciencia de que la educación era importante y podía ser peligrosa, y que gracias a ella se podría cambiar y salvar a España, o no. El panorama de finales de siglo incluía una destacada tendencia “innovadora” reunida en torno a Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza, a favor de una renovación pedagógica real. Esta postura chocaba, evidentemente, con el enorme peso de los otros sectores más tradicionalistas. Por lo tanto, la educación durante el período de la Restauración de finales de siglo se podría calificar como descuidada y con enormes carencias en la formación del profesorado o el cuidado de las escuelas Normales. El comienzo del siglo XX potencia en España el llamado regeneracionismo sustentado en la educación como motor del cambio y la modernización. Uno de los ejes principales es la potenciación de la enseñanza oficial frente a la privada, con la idea de que la escuela pública es para todos, no sólo para los pobres y las clases no pudientes. Aun así, el contexto de comienzos de siglo no podía ser esperanzador cuando un 60% de la población en edad escolar no acudía a la escuela. Un punto de inflexión importante es el decreto de Romanones por el cual los profesores pasan a ser funcionarios del Estado, y se consigue aumentar la escolarización hasta los seis años y  una segunda etapa enseñanza. La creación de del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes también es un gran avance pero, en realidad, todos ellos insuficientes para consolidar y reestructurar nuestro sistema escolar. Quizás los cambios se sucedieron a un ritmo más acelerado que los cambios en la propia estructura educativa, lo que impedía desarrollo correcto. La tasa de alumnado femenino también aumentó a comienzos del siglo XX, y asignaturas como química, trabajos manuales, música o gimnasia entraron a formar parte de los programas educativos. Aunque el número de alumnado aumentaba progresivamente en la Segunda Enseñanza y la Enseñanza Superior, el período que se inicia con el Bachiller y culmina en la Universidad tan sólo es accesible a la oligarquía burguesa antes mencionada, que se legitima en un período educativo blindado a clases medias y bajas, para reforzar su postura de grupos de poder influyentes en la Restauración. Uno de los grandes logros de las reformas que se pudieron acometer es la reducción del analfabetismo y el aumento de alumnos de preescolar. En resumen, la creación del Ministerio de Instrucción Pública en 1900 puede considerarse como un punto culminante en la regulación y estructura de la educación en España, si bien fue la falta de medios fue un gran problema a superar, con carencia de infraestructuras y escasez de dinero para pagar a los docentes. Lo positivo es que en los últimos años de la Restauración borbónica hubo cierto consenso en moderar los conflictos para crear un clima de trabajo favorable para los proyectos del ministro Romanones, basado en la obligatoriedad de la educación hasta los trece años, la exigencia de titulación a los docentes supervisados por el Ministerio y su remuneración como derecho aprobado por ley. La variedad de alternativas ideológicas afianzada durantes las primeras décadas del siglo, como el republicanismo, el nacionalismo, los movimientos socialistas y un creciente anticlericalismo, contribuyen a la crisis de los partidos conservadores y sus fundamentos. El desbarajuste generalizado y las falsas promesas en la educación pregonadas por Cánovas durante la Alta Restauración dejaron paso a un sistema teóricamente mucho más definido durante la década de 1910, aunque en la prácticas las apuestas más fructíferas partían de los organismos provinciales, no tanto a nivel Estatal; del mismo modo que los órganos locales como los ayuntamientos no disponían de medios para materializar los cambios, a pesar de su mayoritaria conciencia de tipo progresista.





-GONZÁLEZ, E. (1984). Sociedad y Educación en la España de Alfonso XIII. Madrid: Fundación Universitaria Española.
- TURIN, Í. (1967). La Educación y la Escuela en España. De 1874 a 1902. Madrid: Aguilar.
- LERENA. C. (1980). Escuela, ideología y clases sociales en España. Barcelona: Ariel 




Artículo de opinión:
Dewey y la pedagogía progresista

El filósofo estadounidense John Dewey puede ser considerado una de las figuras más relevantes de la primera mitad del siglo XX, considerado uno de los iniciadores de la corriente del Pragmatismo, que desde un punto de vista diferente al a la racionalidad absoluta de Hegel promueve un inusitado interés por el error, la incertidumbre y la precariedad de asumir el riesgo y la razón para obtener así la estabilidad. En este sentido, el Pragmatismo considera tan sólo como hecho verdadero lo que propone se orienta hacia el mundo real objetivo, es decir, la necesidad de establecer un significado a las cosas a través de las consecuencias. Dewey llegó a ser profesor de secundaria, donde debió de tener muy en cuenta esta relación dual entre la utilidad y la practicidad. Tal arroja etimológicamente el nombre de la corriente, el Pragmatismo está basado en la lo pragmático, lo útil y lo eficaz, donde el criterio de verdad supone un pilar fundamental en la vida. Desde el punto de vista del pensamiento de Dewey, el objetivo del mismo es proporcionar solución a los problemas mediante la experiencia, y el conocimiento se construye resultado de acumular la sabiduría obtenida en la superación de dichos imprevistos. Por otra parte, además de Hegel y la tendencia evolutiva de Darwin, Charles Sanders Peirce también influyó a John Dewey en el análisis del significa de una idea teniendo en cuenta sus consecuencias prácticas y su aplicación. Así, para el filósofo que nos ocupa se distinguen cuatro fases en el pensamiento humano: la experiencia, relacionada con la necesidad de resolver situaciones; la disposición de datos, importante para el proceso de aprendizaje; las ideas, relacionadas con el tiempo determinado; y por último la aplicación y comprobación de los medios en que se ha afrontado la realidad. Por estos avances e ideas novedosas, Dewey se considera una de las piezas clave de la denominada Pedagogía Progresista, un movimiento de tipo progresista, muy crítico con la educación tradicional a la que reprochan su formalismo, autoritarismo y fomento de la memorización pasiva. Sus postulados dominan las reformas educativas en el contexto de la renovación cultura surgida a raíz del Mayo del 68 francés, a favor de la educación como base del Estado de Bienestar y la atención individualizada, por lo que la plena educación sería así un camino para la democracia. Las ideas avanzadas de Dewey fueron criticadas por aquellos sectores más conservadores, no demasiado a favor de una idea tan reformista de la educación, ahora más individualizada, u otras cuestiones que también demostraban su postura progresista, como defensa de la igualdad de la mujer o el fomento del sindicalismo docente. Bien es cierto que el contexto histórico era en cierta medida favorable, con una organización más democrática. Si hubiera que señalar un sustentador básico de esta corriente pedagógica sería la experiencia, que sumada a la influencia de Hegel con puntos en común entre lo objetivo y subjetivo, y el hombre y la naturaleza un éxito en la pionera propuesta. Una sociedad más libre, más equitativa e igualitaria, proporciona un terreno más sólido para la reconstrucción de las prácticas morales y sociales. Dewey considera a esta sociedad más adecuada para el fomento de la recuperación de un orden social. Por estos motivos, no resulta sorprendente su crítica a la sociedad industrial, y las doctrinas pedagógicas predominantes en aquel momento, como la idea de educación como preparación, desenvolvimiento y adiestramiento de la facultad, o simplemente la educación como formación. Las propuestas de Dewey, sin embargo, presentan el problema de una difícil aplicación metodológica de la que él no habla si no más que de forma abstracta, algo entendible en su caso dada su voluntad de no fomentar las metodologías únicas o inamovibles, ya que siempre tienen un peso importante las consecuencias de las acciones. Aún así se hace una distinción entre un método más general, frente a otro de tipo individual, el primero como acción inteligente dirigida por fines, y el segundo referido a la actuación singular de educador y educado. Aunque se puntualice demasiado su propuesta metodológica, sí se distinguen cinco fases en la misma, tales como el tener en cuenta alguna experiencia actual y real del niño, la identificación de algún problema o dificultad derivado de esta experiencia, la inspección de datos disponibles, así como la búsqueda de soluciones viables, teniendo en cuenta estos factores ha de formularse una hipótesis de solución, que debe ser comprobada por acción. Aparece patente en estas cinco fases el interés elevado de la experiencia en la propuesta de Dewey, un sentido práctico que ha sido puesto a prueba en su conocida escuela-laboratorio, inaugurada en 1896 con casi una veintena de alumnos y dos maestros, proponía actividades en diferentes campos de actuación para desarrollar de forma integrada un conjunto de ocupaciones organizados en ciclos temporales. Este planteamiento práctico de los postulados de John Dewey en su escuela arrojó datos que demostraron el éxito y consecución de objetivos, con un alumnado y cuerpo docente altamente motivado, formado e implicado. El modelo de la Escuela Progresista o escuela nueva promueve una aspiración difícil, y todavía hoy no alcanzada, que ha seguido a lo largo de la historia reciente distintos derroteros, en ocasiones más acertados y en otras completamente erróneos. Este deseo tan idealista es el de poder cambiar una sociedad a través de la educación, ya no teniendo sólo en cuenta el contenido de los programas docentes, sino fomentando además la libertad en una metodología de enseñanza basada en el alumno y la máxima de aprender haciendo. La adaptación al medio, por recordar a Darwin, será así más fructífera, puesto que la práctica, sus problemáticas y las herramientas posibles para darles solución suponen un avance altamente innovador en el terreno educativo a nivel internacional.


- LARRAURI, Maite (2012). L´educació segons John Dewey. Valencia: Tàndem.
- NASSIF, Ricardo (1968). Dewey: su pensamiento pedagógico. Buenos Aires: Centro editor de América Latina.
- NATHANSON, Jerome (1951). John Dewey: la reconstrucción de la vida.



Artículo de opinión:
Definición de "didáctica". Agentes implicados en un proceso didáctico.

La didáctica, como aquello relativo a la enseñanza, puede ser considerado como un conjunto más o menos amplio de recursos que intervienen, como ciencia, en el proceso de aprendizaje. Al tratarse de una ciencia de la educación su finalidad se circunscribe a la consecución de una fructífera formación del estudiante en el plano intelectual,  bien desde un punto de vista teórico, proporcionándole recursos para adquirir el conocimiento, y por supuesto también de modo práctico, consolidando dichas potencialidades. Partiendo de estos principios, se percibe una clara articulación entre los planos teórico y práctico, dentro de un contexto sociocultural determinado. Por este motivo, los planteamientos didácticos en la actualidad están diseñados teniendo en cuenta una serie de particularidades del momento a tener muy en cuenta, como el habitual uso de las TIC o el modo de adquirir conocimiento gracias a Internet. En este contexto, la didáctica tiene como objetivo el poder regular los procesos de enseñanza y aprendizaje, de acuerdo a unas pautas y unos métodos que pueden ser en algunas ocasiones más teóricos, o más tecnológicos en otras. Lo que si parece estar claro es que el terreno de la didáctica navega entre si es una disciplina con carácter netamente científico y por lo tanto bastante purista; o si por si se debería considerar una ciencia aplicada. Posiblemente este último enfoque sea más acertado, pues la educación, la instrucción y la formación son fundamentales en la misma, con sus partes de teoría. También hay que señalar que dependiendo del campo de conocimiento que estemos tratando, el modelo didáctico estará más basado en la descripción y la explicación que en la norma, es decir, la distinción entre lo teórico y predictivo, enfrente a lo tecnológico y prescriptivo. De cualquier modo, lo que parece estar ya completamente agotado es el modelo tradicionalista de la memorización, como aquellos improductivos listados o extensos párrafos de los que no se entendía prácticamente nada. La evolución en este sentido ha sido amplia, a favor de un modelo más activo basado en la comprensión y la creatividad, que si bien en el plano teórico funciona bien y resulta atractivo, en la práctica carece de un uso generalizado. Estas opciones más democráticas de relación lo más horizontal posible entre alumnado y docente fomentan la libertad, la flexibilidad, y la autoformación a través de la experimentación. Este modelo se basa en la mediación, otorgando importancia una cuestión bastante decisiva, aunque desatendida durante décadas: la evolución del estudiante, la didáctica diferencial. El acto didáctico está condicionado por diversos factores, como el contexto social o el currículo escolar, cuyos objetivos, contenidos, metodología y evaluación condicionan, para mal o para bien,  la transmisión de conocimiento entre profesor y estudiante. Recientemente proliferan en las aulas dispositivos electrónicos en línea que requieren actualización de la didáctica específica, en este caso la didáctica tecnológica. Un buen uso de estos avances produciría una importante mejora en los vínculos de conocimiento, sin dejar de tener a mano los libros en papel o pasar a considerarlos algo obsoleto o reemplazable, lo que supone un error. La familiarización del público adolescente con estos aparatos electrónicos es posiblemente muyo mayor que la de los docentes, obligados a reciclarse, aprender y fijar límites en el correcto uso. Además, el sencillo y efectivo acceso a información detallada, descriptiva y contrastada en pocos segundos a través de los buscadores de Internet hace bastante absurdo el proceso de empollar sin más perspectiva de recuerdo más allá del examen una serie de nombres, conceptos o características. La didáctica debería facilitar hoy el poder construir grandes mapas conceptuales en los que situar los fenómenos interdisciplinares de cada una de las asignaturas, para comprender así con una imagen en conjunto todo el contenido de cada campo de conocimiento. Este interés por valorar y conocer el grado de comprensión por parte del alumnado de un tema determinado es algo que no despertada, o sigue despertando, demasiado atractivo en los métodos de didáctica tradicionales. Las didácticas actuales, por fortuna, parecen haber encontrado más aliciente en la correcta recepción de los contenidos en el alumnado, a pesar de que éste todavía sigue sometido a procesos de evaluación determinado por currículos escolares anclados en el pasado con estrictos exámenes a favor de la retención de datos y el tener buena memoria. Dentro de los componentes de la didáctica, el modo de evaluación quizás uno de los más controvertidos, pues al final prácticamente en todos los casos es el profesor quién dispone de la última palabra para adjudicar una nota. La evaluación es el punto culminante de un largo proceso que, siendo más avanzado o más retrógrado, debe ser acorde a la metodología de trabajo llevada a cabo durante el curso. Así, los modelos posibles pueden estar fundamentados en el contenido, en el alumno o en la construcción propia del saber por el alumno. Esta última puede considerarse la menos tradicional, a la vez que la más complicada. El mayor hándicap de este modelo “aproximativo o constructivo” es que parte de las nociones ya presentes en el alumno, bastante variables de unos sujetos a otros en una misma clase,  por lo que las aproximaciones al tema serán distintas en cualquier caso, y los ensayos de los alumnos por lo tanto también. Es decir, dicho método se basa en la lógica pura, y lo que en un principio podría ser considerado una desventaja quizás produzca efectos positivos en el fomento de debate y defensa de actitudes y opiniones propias. Esta visión es, de algún modo, cercana a la del método “incitativo o germinal”, donde el alumno también juega un papel activo importante, y el docente estimula su interés por el entorno, junto a la organización y producción de sus propios contenidos. El relativismo y amplitud de lecturas del saber en estos métodos contrasta enormemente con el modelo “normativo, reproductivo o pasivo”, basado en la Modernidad y superado por ensayos posteriores. A pesar de su demostrada ineficacia en la mayor parte de los campos del saber, todavía es este un modelo didáctico que permanece intacto en el trabajo de algunos docentes. Considerar de forma radical hoy al saber como algo ya acabado, indiscutible e inmejorable parece más propio de otra época, sin prejuicio de considerar sumamente importante el contenido, pero siempre en relación con otros agentes, sobre todo alumnado.






-VADILLO BUENO, Guadalupe (2004). Didáctica: teoría y práctica de éxito en Latinoamérica y España. México: McGraw-Hill.
- FERNÁNDEZ HUERTA, José (1975). Didáctica. Madrid: UNED.
- FERRÁNDEZ, Adalberto (1977). Tecnología didáctica: teoría y práctica de la programación escolar. Barcelona: CEAC.





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